Invierno de 1.977, antigua piscina provincial de Castellón
Un montón de niños nos agolpamos junto a la escalera de la piscina, en la parte profunda de la misma. Un monitor nos alecciona, es la prueba final del cursillo de natación que termina ya, debemos tirarnos de cabeza y cruzar nadando la piscina de 25 metros, a crol hasta la escalera central y a braza o espalda hasta el final, donde nos espera dentro del agua Pascual Amposta, un vilero histórico de la natación castellonense y entrenador de la recién creada sección de natación del Club Náutico Castellón.
Llega mi turno, me lanzo relativamente decidido, no tengo miedo pero tampoco estoy rebosante de confianza. Consigo llegar a la escalera sin problemas tal y como nos han explicado y me cojo un instante a ella para continuar con el siguiente tramo, cuando oigo la voz de otro de los monitores desde arriba “Vale, ya está bien, puedes salir”. Supongo que este es uno de esos instantes en los que todo pasa muy deprisa pero que se recuerdan a cámara lenta, imagen cinematográfica no vivida tan solo imaginada. Me quedo colapsado, quiero seguir, sé que puedo seguir pero las palabras del monitor han abierto una brecha en mi incipiente confianza de niño, ¿sigo? ¿No sigo? ¿Están parando a todo el mundo o solo a mí? Quizás solo los mayores tienen que hacer los 25 metros, o no me hayan visto en buenas condiciones y por eso me han mandado parar, no debería haberme cogido a la escalera, no tenía necesidad, no sé porqué lo he hecho, pero sin duda el monitor lo ha interpretado como un signo de debilidad o de duda, ¿la tengo?
Salgo y por primera vez en mi vida, que yo recuerde, me aparto a la orilla del camino, solo un poquito, pero lo hago. Por supuesto que por aquel entonces no tengo ni idea de quién es Goytisolo ni de sus “Palabras para Julia” tantas veces releídas a lo largo de mi vida
“Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo”
Ya fuera del agua me quito las gafas, dudo mucho de que en aquel cursillo de finales de los 70 yo llevase gafas pero esa es la imagen que tengo, aunque el recuerdo es borroso y no sé si soy yo a quien veo o a uno de mis hijos en una instantánea actual, y mientras recibo unas palmaditas en la espalda de felicitación, que a mí me saben casi a condolencia, veo pasar a Miriam y poco después a María Luisa directas hacia el final de la piscina, sin detenerse en la escalera. Son las hijas de la mejor amiga de mi madre y compañeras habituales de juegos, de 8 y 10 años respectivamente. Hemos hecho juntos el cursillo y hete aquí que ellas han podido culminar la prueba al máximo nivel y yo no.
No sé lo que siento en ese momento, han pasado demasiados años y no fue tan importante ni tan dramático como para recordarlo, pero a buen seguro que es una de las primeras bolas de cristal que arrojo en mi botella particular de las decepciones, esa que te traes al mundo transparente e impoluta cuando naces y que, en el peor de los casos, acabas llenando antes de tiempo, bien porque te tocó una botella demasiado pequeña, bien porque fueron muchas o demasiado grandes las bolas que metiste.
Continuará
Dedicado a mamá